¿Qué es el Tarot?

A pesar de que desde 1325 tenemos referencia de los juegos de naipes, no es sino hasta 1392 que aparece la primera mención a una baraja de Tarot, cuya confección había sido encargada al impresor Jacquemin Grigonneur.
Hacia 1432, se imprime el Tarot Visconti-Sforza con diseño de Bonifacio Bembo. Y no es sino hasta 1781 que Anton Court de Guébelin, en su amplio tratado El Mundo Primitivo, se refiere al Tarot como un objeto místico, indicando además que su nombre estaría conformado por las palabras TAR (camino, sendero) y RO (real), en lengua egipcia clásica, y concluyendo que el Tarot sería el antiguo Libro de Thoth, el resumen de los misterios de la antigua religión de aquella civilización. Para Guébelin, el Tarot sería la traducción gráfica y simbólica del sendero que ha de recorrer cada humano a lo largo de su vida.
A partir del siglo XVI, el uso del Tarot como sistema adivinatorio se hace común en toda Europa. Hacia 1781, Eteilla alcanza la fama en París con sus sesiones de cartomancia, y llega a diseñar su propia baraja adivinatoria.

Desde el siglo XIX, el interés por el Tarot se vuelve notable, y autores como Oswald Wirth, Papus o Éliphas Lévi, aportan acabados análisis sobre los aspectos simbólicos y rituales de este conjunto de láminas, vinculándolo a otras tradiciones esotéricas.
Órdenes iniciáticas, como los Rosacruces o El Alba Dorada, se abren a su estudio. Un integrante de esta última, Arthur E. Waite, en colaboración con Pamela Colman Smith, desarrolla el mazo conocido actualmente como baraja Rider – Waite, que verá la luz finalmente en 1910.
No obstante, hasta el día de hoy nadie ha sido capaz de reportar pista alguna sobre la autoría, individual o colectiva, de este sistema filosófico y simbólico. Tenemos solamente la constancia de su primera publicación en Europa, como baraja de uso lúdico, pero no de cómo surgió ni del porqué de su estructura. En realidad, sólo podemos constatar que su origen pertenece a la humanidad, de la misma manera en que a la humanidad debemos el I Ching, la Biblia, el Corán, la filosofía griega, la meditación budista, la medicina, las danzas tribales, la ingeniería, la poesía o la música.

Y entonces, ¿qué es el Tarot?
Se trata de un conjunto de 78 láminas, llamadas Arcanos, subdividido en dos grupos: 22 Arcanos Mayores, y 56 Arcanos menores. Los Arcanos Mayores representan grandes fuerzas o principios arquetípicos, que conforman una matriz de veintidós puntos de fuga desde donde es posible apreciar el devenir de la existencia.
La palabra Arcano proviene del latín arcanum que, a su vez, deriva del verbo arcere: encerrar, contener. De esta misma raíz, procede el vocablo arca, que es un mueble para resguardar cosas valiosas. En la tradición judeocristiana, tenemos el Arca de Noé, y el Arca de la Alianza: la primera, preservó la vida de los seres en medio del Diluvio Universal; la segunda, guardó las Tablas de la Ley y los objetos que atestiguaban el Éxodo israelita.
Asimismo, se enlaza con la raíz indoeuropea arek, que en griego origina la palabra arquía (organización, estructura, forma que contiene), que genera conceptos como autarquía, anarquía, monarquía, etc. Visto así, el Tarot es una colección de secretos valiosos que, entre sí, organizan su sentido en jerarquía.

Cada Arcano, como cualquier objeto sagrado guarecido en arca, encarna en sí el secreto de algo que nos trasciende. Y como ocurre con las experiencias auténticamente místicas, sólo es posible acceder a esta dimensión sacra desde un respeto que nos conmueva ante el misterio, con un alma dispuesta a sumergirse en estas enigmáticas claves para ser transportados a sentir la magia inherente de una experiencia espiritual.
Los oráculos han acompañado al ser humano en todas las culturas, como vía de acceso a un plano superior de conocimiento que permite contemplar el bosque entero, y nos rescata de la confusión y el extravío de unas ramas confusas enredadas entre sombras. Ahora bien, y a diferencia de las pitonisas, augures, caracoles o pozos de café, el Tarot se ofrece también como un camino de perfeccionamiento: un método que amplía la conciencia y derrama una luz generosa sobre las opacidades del vivir.

Respecto de la prohibición bíblica sobre las prácticas adivinatorias, no debemos pasar por alto los Urim y Tumim. Se trataba de un objeto que el Sumo Sacerdote guardaba detrás del pectoral, a la altura de su corazón, y que constituía el modo designado por la divinidad para establecer su voluntad. Nadie sabe, a ciencia cierta, cómo era aquel objeto o de qué se componía, ya que su uso estaba reservado sólo al Sumo Sacerdote, y su rastro se perdió, junto al Arca de la Alianza. tras la invasión de Nabucodonosor, el exilio a Babilonia y la destrucción del Templo de Salomón.

El núcleo de la baraja está constituido por los 22 Arcanos Mayores. Cada uno de estos Arcanos se conforman, gráficamente, de la siguiente manera: arriba, lo encabeza un número escrito en cifras romanas; en el centro, una ilustración es la alegoría del principio representado; y a los pies, una denominación acaba de perfilar el símbolo. Los únicos Arcanos que no mantienen este orden son El Loco, que no tiene número pero sí posee un nombre, y La Muerte, que exhibe el número XIII pero carece de denominación por lo que, en sentido riguroso, habrá que referirse a ella como El Arcano sin Nombre.
Como si de un idioma se tratase -con sus códigos propios y sus propios niveles de significación- los Arcanos Mayores gozan de una estructura intrínseca que conecta a cada elemento respecto de los otros, de tal manera que es posible explicarlos uno a uno, pero también como en una totalidad en proceso, en donde nada sobra y todo muestra un sentido. Esta estructura puede estudiarse detalladamente, organizando las 22 claves en una matriz de tres grupos de siete o Septenarios, más El Loco desde fuera, como contemplando este conjunto.

Se dispondrán tres líneas de 7 cartas cada una. El Primer Septenario va desde El Mago hasta El Carruaje; el Segundo Septenario, comienza con La Justicia, situada inmediatamente debajo de El Mago, y acaba en La Templanza, ubicada exactamente debajo de El Carruaje; y el Tercer Septenario, que se inicia con El Diablo, que cae justo debajo de La Justicia, y finaliza con El Mundo, colocado a los pies de La Templanza. A modo de testigo, El Loco se sitúa al margen de esta matriz, y representa al profano que se acerca a iniciarse en los misterios. El Templo al que accederá es esta matriz de 22 secretos, y su encuentro con cada uno de ellos le transformará.
Como ya se mencionó, cada Arcano se haya interconectado con los otros dentro de esta matriz, en sentido horizontal así como verticalmente. Tomemos como ejemplo el número I, El Mago, y el número II, La Sacerdotisa. Se trata de los dos principios, masculino y femenino, actividad y pasividad, acción y recepción, la palabra y el silencio, el hacer y el conocimiento que los actos generan. Estos principios se necesitan el uno al otro, y al combinarse generan III, La Emperatriz, que es una señora visiblemente embarazada y que representa a la Madre Universal que se plasma en la Naturaleza.

No obstante, si efectuamos el análisis en vertical, El Mago se conecta con La Justicia, y más abajo se enlaza con El Diablo. Leído de esta forma, entendemos que la acción de El Mago origina el karma de El Diablo, y que la mirada rigurosa y desapasionada de La Justicia nos muestra cómo estas acciones propias inclinan, hacia un lado u otro, una balanza que producirá -para bien o para mal- unas consecuencias tan inevitables como concretas. En otras palabras, la conciencia clara e inteligente de La Justicia es necesaria para comprender los propios actos en relación a sus consecuencias.
Por otro lado, la receptividad y memoria infinita de La Sacerdotisa permite a El Ermitaño, que le sigue por debajo, meditar en aquellas acciones que previamente ordenó y esclareció La Justicia. Además, y en tercera posición de esta segunda vertical, La Torre es el emblema del fracaso: la fatalidad que nos cura de la soberbia de El Diablo, la ruptura de un velo de engañosas ilusiones de grandeza y control, como si fuese un rayo de certera quemadura. En el medio, El Ermitaño es la figura de la Prudencia que nos invita a ser pacientes, a estar preparados para cuando las tornas no se den como uno las anhela. Sólo la Prudencia permite equilibrar la sabiduría acumulada y, al mismo tiempo, la probabilidad siempre presente del fracaso, que no es sino otra forma -tantas veces brutal- de iluminarse.

Se ha intentado insistentemente vincular los Arcanos Mayores con los 22 senderos del Árbol de la Vida cabalístico y las 22 letras hebreas. No obstante, el papel errático de El Loco, que puede estar en cualquier parte y en ninguna a la vez, desarma cualquier intento de sistematización en este sentido -aunque cierto es que, de la misma manera en que Dios usa, en el relato de la creación del Mundo, las palabras y sus letras para dar forma a su manifestación, también hemos de leer los Arcanos Mayores como el mensaje central de la tirada, el designio y esqueleto alrededor del cual se constela todo el resto de elementos.
Al conjunto de Arcanos Mayores se agregan los 56 Arcanos menores, que se agrupan en cuatro conjuntos llamados Palos. Cada Palo consta de catorce láminas, numeradas desde el As al 10, más cuatro representaciones humanas llamadas Figuras de la Corte: Sota, Caballo, Reina y Rey.

Cada uno de los Palos representa uno de los cuatro elementos de la alquimia y, a su vez, una de las cuatro letras del impronunciable nombre de Dios o Tetragrámmaton. Los Bastos son la madera que sustenta al Fuego, encarnando la luz de Iod. Las Copas contienen líquidos, y se vinculan al Agua y al sustento de la letra He. Las Espadas se baten en el Aire, y establecen el rigor de la letra Vau. Y los Oros simbolizan los metales de la Tierra, manifestando el He final.
En tanto Fuego, los Bastos son el calor del cuerpo vivo, la energía universal que mueve las partículas, vincula las moléculas, pulsa en la sangre, orbita a los planetas y configura las galaxias. Es la energía que mueve al Universo en su danza creativa, y que se expresa en una inabarcable profusión de seres y de mundos.

Las Copas contienen los líquidos imprescindibles para la vida: el útero y su líquido amniótico, el hogar nutricio y los lazos afectivos tejidos al abrigo de su protección, la palabra y la comida. Copas son aquellos que comen juntos, los que celebran y los que se aman, los se buscan y se extrañan porque comparten un sustento, un alimento que les ha nutrido el cuerpo y el alma, o un destino común como pareja, familia o comunidad.
La Espada, en tanto elemento Aire -y tal como se puede experimentar con los ejercicios de pranayama del Yoga- aclara y serena la mente, y penetra en todos los rincones de la misma forma en que lo hace la conciencia cuando es gobernada por la voluntad de conocer. La Espada corta y revela aquello que está escondido. Es la metáfora de la inteligencia que aborda los hechos tal como son, y da lugar a estrategias que permiten actualizar un deseo de ser que pugna por expresarse en un hacer: en palabras más simples, la lucha constante por traer nuestros sueños a la realidad.

Finalmente, el Oro es el metal noble anidado en la Tierra, y los trabajos que se han de llevar a cabo para acceder a estas riquezas: la meta perfeccionada en la labor, la Gran Obra alquímica. El Oro es también la estabilidad de los hechos, el resultado final del esfuerzo humano y su sudor de frente, por cosechar un fruto que trascienda la mera existencia individual y pueda apuntar a la posteridad.

El Tarot es un libro de sabiduría que, para ser comprendido, debe estudiarse en este orden prestablecido pero que debe leerse -por otro lado- desde el caos, para avizorar su mensaje en el instante en que ha de aterrizar en la singularidad de un consultante.
Tanto las interrelaciones de los Arcanos Mayores, como la progresión numérica y humana de los Arcanos menores, son necesarias para comprender a cabalidad este complejo universo tan empapado de sentidos. Y, no obstante, sólo el ritual del barajado permite aflorar las revelaciones que, en tanto oráculo, aguardan a ser entregadas para quien busca su consejo, Dicho de otra manera, el Tarot es al mismo tiempo la baraja de cartas, sus significados e interrelaciones, y también el ritual que se ejecuta al consultar.
Es en la consulta cuando el conocimiento adquirido por el intérprete ha de ponerse al servicio de ofrecer una luz clara y amorosa, que ayude al consultante a liberarse de la densidad de su tiniebla, ofreciéndole herramientas que le sean útiles para aclarar sus dudas o lidiar con sus angustias.

Asimismo, el intérprete debe aprender a suspender el saber enciclopédico que haya adquirido sobre estos símbolos, para dar una oportunidad al sentir: ¿qué veo? ¿qué me transmiten estas imágenes? El intérprete debe dejarse interpelar por el misterio de las cartas desde el primer momento. Es por eso que el ritual es tan importante, ya que sitúa al consultante y al intérprete en el encuadre de un "momento especial", cualitativamente distinto del resto de las interacciones cotidianas.
Muy comúnmente, se plantea la pregunta de "¿es esto cierto?". Sólo podemos responder como intérpretes, respecto del grado de certeza, que nos apegamos al método: el sistema establece unos significados y unas pautas para su lectura, así como una disciplina en la que el intérprete debe entrenar su sensibilidad. Constatar la veracidad de lo indicado por las cartas con la realidad de sus momentos, es algo que queda en manos del consultante: el mensaje del Tarot nunca es una imposición.

Como intérpretes, sólo podemos entregarnos rigurosamente a lo que percibimos, perfeccionándonos asimismo en una comprensión, cada vez más profunda, de estos Arcanos. Nos servirán para ello la meditación, la lectura, la reflexión cuidadosa de todo aquello que, por develado, aprendemos de cada consulta.
Personalmente, a lo largo de los años he aprendido cuán necesario es ser completamente fieles a lo que muestra la tirada, por mucho que aquello pueda parecer ridículo o improbable. Es sorprendente constatar cómo las cartas realmente hablan: cómo el Tarot o Camino Real, es un intento maravilloso de sistematizar y articular detalles y coordenadas, para acceder así a una reflexión profunda sobre los instantes que conforman este tránsito que llamamos existencia.
